martes, 11 de agosto de 2009

Mapas

Fue una historia breve, pero a veces bastan 18 horas para que una verdad se manifieste.
La miré con atención durante las primeras horas de la noche. La cena fue relajada, incluso amena. Nos sentamos juntos; nos dirigimos la palabra un poco más conforme las copas de vino tinto y la cerveza española iban extinguiéndose en nuestras manos.
Ella asegura que jamás lo notó, pero a mí me gustó desde el principio. No sabía por qué. Ahora lo sé. Lo supe horas más tarde y no me gustó el hallazgo.
Seguimos conversando sobre trivialidades como el trabajo, mientras escuchábamos música aleatoria. Éramos un grupo discreto, formado por tres parejas y nosotros. Simetría total, buenas expectativas.
Horas más tarde, cuando la noche pendía de un hilo de luz que se dibujaba en un horizonte imaginario, tras los edificios, mis dedos recorrían su cuello en un ejercicio de distensión que no alcanzaba niveles eróticos.
Ella cerró los ojos. No sé si pensaba en algo en particular. Yo sentía una ternura inmensa. Sin saberlo, estaba convirtiéndome en su protector. Siempre me convierto en el protector de las mujeres que me gustan. O quizá sea más correcto decir que me atraen las mujeres que buscan ser protegidas.
Después fue claro que ella no esperaba eso de mí. Al menos no a cambio de una relación de corte romántico. Hasta ese momento habían transcurrido ya más de doce horas y varios detalles sobre su vida se habían revelado: era psicóloga, estudiaba danza contemporánea bajo la tutoría de un gran bailarín y coreógrafo que 10 años atrás había sido maestro de la que entonces era la mujer más importante en mi vida, también psicóloga.
Debí desistir tan pronto como esos detalles surgieron, pero para entonces estaba muy embelezado con su mirada abismal, con la hermosa forma de sus piernas y de su culo, con su sonrisa misteriosa, con el inhabitual negro profundo de sus ojos, más parecido a un pozo que un cielo nocturno.
Ella necesitaba otra cosa, afortunadamente. Así que no tuve tiempo de concretar eso que se gestaba, de entregarme a esa sensación de intriga y comodidad, de ternura apacible y poderoso deseo animal que afloraba conforme me contaba sus sueños, evadiendo mi mirada.
No tuvimos tiempo, nos lo negamos. No la besé más que con la imaginación. Mis manos nunca pasaron de su rostro. Jugué al cartógrafo con sus orejas, marcando con lunares los puntos de mi asombro. Eso fue todo. Eso fue algo. Eso fue.
Si ella hubiera querido, se habría convertido en un ser especial para mí. ¿Por qué? Porque hay un cartógrafo mayor. No sé dónde habita. Si escribe mi vida o sólo siembra sus moléculas misteriosas por todo el mundo, a la espera de que alguien se pierda eternamente en los tejidos que van formando. De lo que ahora estoy seguro, y que me produce una aguda desconfianza sobre mi equilibrio psíquico, es de que algo o alguien ha ido trazando un mapa por el mundo para que yo lo lea. Pequeñas pistas se van manifestando aquí y allá conforme avanzo, o conforme camino, al menos.
Una cicatriz bajo los senos, una lubricidad extraordinaria, un acento, una profesión o varias, un estilo de música, un patrón de abandono familiar, padres alcohólicos, novios emparentados por carrera o por aspecto… la lista crece y se vuelve más constante.
Ellas no importan en ningún momento. No para el que dibuja mi destino. Las pistas van cobrando sentido en mi cabeza. Al menos son más obvias. Pero todavía no sé cuál es mi parte en el juego. ¿Quién soy yo en todo esto? ¿Por qué me dirijo tan mansamente de un punto a otro, pintando una línea tras otra? ¿Será que al final del camino, cuando los puntos se hayan unido todos, podré mirar desde lo alto la figura que se formó?
No lo sé. Por ahora, la válvula del amor está cerrada para mí. Yo la cerré. Ninguna mujer está invitada a integrarse a mi vida amorosa. No durante algún tiempo. No en tanto no descifre la ecuación y sea capaz de torcer el destino a mi favor. Mientras eso ocurre, qué bien se siente estar ligeramente al mando, aunque el barco atraviese tempestades. El capitán dice “no sigo más este mapa creado para destruirme”.

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